Encontrar la belleza y calcarla en un papel me ha permitido ganarme la vida, pero la reinterpretación de la realidad de forma artística ha estado presente a lo largo de mi vida desde su gestación en 1986.

Pero hace unos años que encontré su máxima expresión gracias a las acuarelas, la tinta china y a una libertad mental por fin encontrada.

Yo pinto paisajes.
Son paisajes observados con ojos inocentes y transformados, recreados.
Son recreativos, divertidos, tiernos, luminosos, raramente amenazantes.

En estos paisajes los objetos (casas, arboles, animales, humanos, farolas, puentes…) pasaron por un proceso de depuración, fueron destilados hasta que unos trazos rápidos basten para revelar su esencia, su presencia simbólica.
Cada elemento gráfico es para mi como un niño, y quiero hacer que el mundo este lleno de esos niños. Que esos niños, uno al lado del otro, nos escriban la historia de aquel mundo contenido en una hoja de papel de unos centímetros cuadrados.

Y como esta hoja de papel es de solo dos dimensiones, mis paisajes también lo son.
Sus colores, aplicados con poca referencia a la realidad, forman otro refuerzo simbólico, otra historia que interactúa con la primera, la revela y la sublima.

Esta forma de hacer no nació por casualidad; durante mis estudios en Arte en los años 80, las cuestiones del arte sabio, opuesto al arte todavía llamado “primitivo” en esta época, se plantearon en un esfuerzo por definir qué es el arte.

En oposición con el arte sabio, muy sectario y sexista del cual yo era la heredera natural sin tener muy claro si podía aspirar a ello, volví mi mirada hacia las artes populares para las cuales sentía gran admiración y curiosidad.

¿Cómo se las arreglaban esas mujeres indias, para combinar alegremente un verde manzana acido con un rosa chillón?

Mi mirada suiza nacida en la uniformidad gris de los sesenta fue impactada y seducida por esta libertad.
Estas observaciones, combinadas con la del trabajo de Paul Klee o de Kandinsky, me permitieron entrar poco a poco en el vértigo de los colores sin limites.
Y si la capacidad de dibujar el mundo es parte de mi bagaje genético, la de dominar los colores y de recrear el mundo según mis propios códigos es fruto de toda una vida de trabajo…

Después de la complejidad y pesadez de las técnicas cerámicas, la modestia de medios como la acuarela, la tinta y el lápiz, la simplicidad del soporte papel, su viveza y calidez, dieron la respuesta óptima a mi concepto.
Utilizarlos es casi tan simple como pintar con pigmentos sobre una pared de una cueva o dibujar en la arena con desenvoltura.
Sin la presión de una sociedad y de un arte supra desarrollados, sin cuestión comercial, sin prejuicios, por fin puedo dejar que mi mirada evolucione libremente entre el mundo y yo, tal y como lo hemos hecho los humanos en todos los tiempos.